Muchas veces salgo a la terraza de mi casa a ver la luna llena. Esa callada luz que desde lo alto del firmamento ilumina todo.
Aunque no hubiera farolas en mi calle, aunque estuviera todo totalmente a oscuras, en las noches de luna llena, cuando sale esa moneda plateada a pasearse por la cúpula celeste, iluminaría mi calle con esa claridad plateada y cálida.
Esas personas que van y vienen por mi calle, en dirección a o de espaldas a la luna, seguidas o precedidas por su sombra silenciosa, son las que muchas veces me hacen mirarlas desde la terraza de mi casa mientras dirijo la mirada de sus sombras a la luna, de la luna a sus sombras.
Muchas veces salgo a mi terraza a fotografiarla, como hoy, como en esta noche fria y calma. Otras, sobre todo en verano, saco mis prismáticos y acerco esa gigantesca moneda todo lo que puedo, para ver sus venas, sus cráteres, sus barrancos, sus mares, sus enormes extensiones, su fisonomia facial...
Y pienso que estoy allí estando aquí. Y pienso que respiro allí, sin poder, respirando aquí. Y pienso que la miro desde aquí y que desde allí me miro.
Las noches de luna llena son, realmente, un bonito embrujo.
Y si analizamos todo esto friamente acabamos por pensar que, en realidad y en el fondo, hay tantas y tantas cosas en la vida que son un bonito embrujo...
Feliz semana