Hace casi dos semanas que mi hija la pequeña se fue a Valladolid a trabajar. Le costó un buen lloro; a su madre, también, y a mí, poco me faltó.
Ayer nos llamó: que ya podemos ir a verla para pasar unos días con ella y con el novio. Viven juntos.
- ¿No es muy pronto, hija?
- No...
- Bueno, bien, a ver si arreglo unas cosillas y nos acercamos un par de días.
- ¡De eso nada...por lo menos, cuatro o cinco días¡
- Es que no quisiéramos molestar... -le he soltado yo.
- ¡¡Papá...¡¡
Yo ya sé por qué quiere que vayamos ahora: resulta que el día 9 del mes que viene, de Julio, es su cumpleaños, y me imagino que quiere que pasemos ese día con ellos. Ya veremos.
Me pongo más tierno que un flan cada vez que me llama o que la llamo y oigo su voz al otro lado del teléfono. Pero los pájaros, cuando abandonan el nido de sus progenitores, rara vez vuelven al mismo. Es ley de vida. Y mi hija ya ha saltado del nido. Ahora soy yo quien debe buscar el suyo y tratar de localizarlo en la distancia, volar hacia él y disfrutar de su compañía.
Voy a tratar de preparar el tema del viaje, por si lo hacemos o no lo hacemos. Hay más cosas en la agenda para todos esos días y Valladolid me queda muy lejos.
¡¡Dita sea¡¡