martes, 21 de diciembre de 2010

Detrás del espejo

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Verano del 2007. Galicia. Un autobús de unas 40 personas llega a un pequeño hotel de un pequeño pueblo costero, un hotel de esos llamados "familiares", pequeño y coqueto.

Tras alojarse los clientes y pasar su primera noche, llega el día siguiente y tras el desayuno, a las 8 de la mañana, emprenden un viaje de visita con el propio autobús. Sólo una pareja permanecieron en su habitación sin ir a ese recorrido visual de la ciudad próxima. El motivo es que ya habían estado en otra ocasión en dicha ciudad y prefirieron seguir durmiendo.

A las nueve y media se presentó la pareja en el comedor del hotelito dispuestos a dar buena cuenta de su desayuno. La hija de los dueños les preparó la mesa y les sirvió un buen desayuno. Estaban solos en todo el hotel. Desayunaban casi en total silencio puesto que, al estar solos, cualquier ruido de cubiertos se oía en todo el salón-comedor.

De pronto, unos gritos en el piso de arriba les hizo dejar de comer, paralizándose y mirándose asustados mientras hacían ademán de levantar la cabeza hacia arriba.

La hija de los dueños bajó saltando las escaleras, llorando, y se dirigió a la mesa de la pareja.

- ¡¿Pueden subir conmigo a la habitación de la señora que nos ayuda con la limpieza? Me parece que...¿pueden subir, por favor?¡

La pareja subió rápidamente al piso de arriba. Llegaron al rellano y esperaron a que la joven les indicara algo. La muchacha pasó por delante de la pareja y abrió la primera puerta de la izquierda del pasillo que tenían delante, echándose a un lado.

El hombre entró. La habitación estaba con la luz encendida. La cama sin deshacer, y en el centro de la habitación una señora de unos 50 años, desnuda y sentada en una silla de madera, los brazos apoyados en los brazos de la silla y una pequeña toalla puesta por encima de los hombros. La cabeza inclinada un poco hacia atrás y la boca semiabierta.

El hombre tocó a la mujer cogiendo con su mano derecha las dos mejillas de la señora. Rápidamente soltó echándose hacia atrás mientras decía:

- ¡¡Esta mujer está muerta...está helada¡¡

La hija de los dueños comenzó a gritar. Bajaron abajo y llamaron a la Guardia Civíl.

Todo lo demás ocurrió muy rápido: coches de la Guardia Civíl, coches de atestados, coches de la funeraria, alguna que otra pregunta a la hija de los dueños y a la pareja...hasta que todo quedó, al final de la mañana, con la normalidad habitual de un día de hotel.

La pareja se fueron, comentando el tema y aún asustados, paseando calle abajo hasta la playa. Poco antes de llegar a la misma encontraron un pequeño bar, vacío en ese momento, y entraron a tomarse unas cervezas para recuperar el estado de ánimo.

El bar era un bar estrecho y alargado y con la barra a la derecha, con algunos taburetes altos. A la izquierda, varias mesas apoyadas contra la pared. En un extremo de la barra y dentro de ella, el dueño sentado en un alto taburete y apoyado contra la pared. A todo lo largo de la barra, un enorme espejo que reflejaba todo el bar dando sensación de un espacio mucho mayor de lo que en realidad era.

La pareja se sentó en dos taburetes apoyando los brazos en la barra y mirándose en el enorme espejo que tenían delante.

- Dos cervezas, por favor.

El dueño, un señor mayor, les sirvió con mucha lentitud dos cañas, volviéndose a su sitio. La pareja permaneció un rato sin hablar.

El hombre echó un trago levantando la cabeza.Sin quitarse el vaso de la boca abrió los ojos como platos mientras permaneciá unos segundos totalmente paralizado. Bajó lentamente el vaso hasta la barra y, golpeando suavemente con su codo derecho a su esposa, al notar que ella le miraba, le hizo un gesto con la cabeza indicando el enorme espejo que tenían delante. La esposa abrió mucho los ojos y respiró con fuerza.

Allí, en el espejo, reflejada, estaba la muerta del hotel, desnuda, con la toallita sobre los hombros y sentada en una de las sillas del bar.

La pareja permaneció unos segundos sin apenas respirar y sin poder quitar los ojos de la mujer del hotel que, desde un par de metros por detras y reflejada en el espejo que tenían delante, les miraba sonriendo.

Por fin se decidieron a encararse con la mujer. Se giraron lentamente los dos dispuestos a gritar y...allí no había nadie. Las mesas estaban vacías. Se miraron entre ellos, asustados, los ojos muy abiertos, las bocas entreabiertas...lentamente se volvieron hacia el espejo, y allí estaba la mujer del hotel, desnuda, sentada en una de las sillas del bar, con la toallita sobre los hombros, sonriendo desde detrás del espejo.