viernes, 14 de diciembre de 2007

La botella medio llena...

En efecto, tal y como pensaba, anoche me llamaron mis hijas para felicitarme por mi cumpleaños o, mejor dicho, por la pérdida de uno de los años que me quedaban por vivir.

A eso de las nueve de la noche suena mi móvil y el número que se reflejaba en su pantalla me indicaba que era mi hija pequeña:

- Feliiiiizzzz, feliz en tu díaaaa.... -me canturreó de inmediato como primera respuesta a mi saludo inicial.

Después estuvo un rato partiéndose el culo por la risa pero, a mí me emocionó el ver cómo la hija se acuerda del cumpleaños del padre y cómo le tararea, al oido, una canción conmemorativa de tal evento.

Estuvimos hablando un poco y al final se despidió diciendo que se tenía que marchar porque llegaba tarde a sus clases de mantenimiento del gimnasio al que va todas las tardes.

Mi hija la mayor no estaba en casa, pero a las once de la noche volvió a sonar mi teléfono de nuevo y, en esta ocasión, era la otra hija la que me felicitó por la pérdida de uno de los años que me quedaban por vivir.

Reconfortan estas cosas. Yo lo sé por mis padres y lo sé ahora por mí, por padecerlo en carne propia.

Estas pequeñas alegrias que te proporcionan los hijos, en mi caso mis hijas, me compensan de todos los problemas que te hayan podido ocasionar a lo largo de toda su existencia. Con cualquier cosa, los padres nos sentimos pagados. Con cualquier detalle, por pequeño e insignificante que parezca, a los padres nos parece el mejor y mayor regalo que hacérsenos pueda. Esas simples llamadas, esas palabras dichas con todo el amor al oido, esa canción tarareada a través de un móvil, esas palabras de buenos deseos y de felicitación, para mí suponen el mayor de los regalos que pudieran hacerme mis hijas. Todo lo demás sobra. Me basta con su amor, con su sonrisa, con sus buenos deseos...

He perdido uno de los años que me quedaban por vivir, pero anoche engordé varios kilos, de satisfacción y orgullo, tras las dos llamadas que con más deseo estaba esperando recibir: las de mis dos hijas.

Esta noche nos vamos a cenar con un matrimonio amigo a un restaurante para celebrar esa pérdida del año.

Y esta tarde viene también, a pasar el fin de semana con nostros, mi hija pequeña.

Estoy contento y lleno de orgullo. En estos momentos, la vida me parece bella y estoy viendo la botella del alma medio llena de ilusiones, esperanzas, amor y ganas de vivir.

Feliz fin de semana.