miércoles, 26 de diciembre de 2007

Feliz Navidad...

El monovolumen se deslizaba por una carretera húmeda de niebla. Ésta ya había levantado algo pero seguía habiendo en el ambiente ese tono gris que duele en los ojos.

A ambos lados de la carretera, árboles. Los más alejados se veían como desdibujados, borrosos, quietos. La tierra húmeda, y dentro del habitáculo del coche, una suave calor que hacía más desagradable, si cabe, la situación exterior del ambiente neblinoso.

Una música relajante acompañaba al conductor que, golpeteando con los dedos sobre el volante del coche iba acompañando el ritmo de la música.

Se dirigía a casa, a pasar unas felices navidades con la familia a quienes hacía más de tres semanas que no veía: ¡este maldito trabajo que me hace estar hoy aquí y mañana Dios sabe dónde...¡

La velocidad, algo alta. La carretera está bien, pensaba. Algo húmeda, pero bien.

Ya no hay tráfico, todos están en casa y yo, como en muchas otras ocasiones, el último.

Presionó mínimamente sobre el pedal del acelerador tratando de acortar tiempo y distancia. Sus dedos seguían tamborileando sobre el volante, las dos manos sujetas a ambos lados del mismo moviendo los dedos y tarareando con un "la, la, la..." la canción que sonaba.

De pronto, una curva excesivamente cerrada para la velocidad que llevaba, no se había percatado de la señal que acababa de dejar atrás, una que recomendaba ir a setenta kilómetros hora.

Brúscamente frenó mientras giraba el volante hacia su izquierda para tratar de ganar la curva. Vio que el coche se le inclinaba hacia la derecha. Rectificó de nuevo el giro del volante hacia esa misma dirección y el coche obedeció girando hacia la derecha y quedando totalmente cruzado en la carretera mientras comenzaba a dar vueltas de campana siguiendo la trayectoria de la carretera.

De frente, otra curva. El monovolumen siguió recto precipitándose barranco abajo dando vueltas de campana y arrastrando maleza, pequeños arbustos, pinos incipientes mientras miles de trozos de cristal saltaban por los aires y chispas de un rojo intenso iluminaban la poca niebla que en ese momento rodeaba el ambiente.

El monovolumen paró, totalmente destrozado, contra un enorme tronco de pino talado a media ladera. La música del interior del coche seguía sonando. El cinturón de seguridad seguía sujetando, contra el respaldo del asiento, a un cuerpo inerte. Las ruedas del monovolumen, girando y mirando al cielo, a ese cielo que se imaginaba por encima de la escasa niebla matinal.
Y en el salpicadero del coche tres fotografías sujetadas al mismo mediante una base imantada: dos niñas, rubias y de corta edad y una mujer de mediana edad. Debajo de las tres fotografías, una frase lapidaria: "Papá, no corras. Te esperamos"