jueves, 20 de diciembre de 2007

Las Navidades...

Ya hemos empezado a enviar postales de Navidad. Felicitaciones, buenos deseos, ilusiones, esperanzas, reuniones, cenas, comidas, regalos, familia, amigos, indigestiones, colesteroles varios, tensión por las nubes, arrepentimientos, promesas de no volver a pasarnos...

Tengo a mi izquierda, junto al teclado del ordenador, un buen montón de sobres con sus correspondientes postales navideñas dentro. Todas escritas y firmadas. Sólo falta pegar la solapa trasera de los sobres y depositarlos en correos.

Y todo eso sin contar las postales electrónicas que todos los que usamos internet solemos enviar a nuestros conocidos, familiares, amigos y no tan amigos. Y lo que todos hacemos al enviar este tipo de postales es buscar algún portal, desconocido para la mayoría, donde podamos encontrar esa postal divertida y rara, curiosa y poco vista, con el único fin de demostrar, al que la recibe, que somos mejores que él buscando postales en internet.

Estas fiestas es lo que tienen: mucho de bombo y platillo, mucho de aparentar y expresar y, creo yo, poco de VERDADERA (con mayúsculas) sinceridad.

Cada vez oigo a más gente decir que estas fiestas son las que menos les gustan del año. A mí, de todos modos, me encantan, y cuando escribo una postal a un conocido, amigo, familiar, etc, lo que le pongo en su interior lo siento realmente. Y si no lo sintiera, juro por lo más sagrado que me ahorraría la postal.

Está lloviendo. Llevamos dos días con nieblas nocturnas y lloviznas diurnas. La obra de mi casa, parada. La madera que me he puesto en el techo de la buhardilla, totalmente mojada. Mi señora, cada vez que ve desde la ventana de nuestra cocina la madera mojada de la obra, se pone enferma. Y yo me pongo enfermo de verla a ella enferma. De modo que llevamos dos días enfermos los dos. Creo que mañana saldrá el sol, al menos eso es lo que le digo a mi señora para tratar de curarle su mal. Y de paso, el mio.

Felices Fiestas.

Feliz Fin de Semana.