jueves, 27 de diciembre de 2007

A veces me acuerdo...

A veces me acuerdo de aquellos días en los que, siendo yo muy niño, me iba, después de cenar en casa con mis padres, a casa de mis abuelos que vivían en la parte alta de Mi Localidad, una casa de esas con una cuadra en el patio donde se alojaban las caballerías, una bodega subterranea donde se hacía y almacenaba el vino, y una cuarto donde se amasaba el pan y donde, en grandes arcones, se guardaban los panes que se hacían y que duraban semanas sin ponerse duros, exactamente igual que ahora, que una simple barra de pan, de un día para otro, se pone dura como el pie de Cristo.

Pues eso, que me iba a casa de mis abuelos y me sentaba en la banca que tenían junto al fuego, al lado de mi abuelo, y me quedaba mirando el juego de las llamas bailando sobre los troncos de leña de olivo mientras mi abuelo, con unas tenazas plateadas y labradas con gráficos en sus mangos, atizaba el fuego de vez en cuando. Mi abuela, mientras, sentada frente al fogón en una sillita baja, hablaba o, como yo, contemplaba el baile del fuego.

El resto de la cocina, con la luz apagada, sólamente recibía el resplandor de las llamas del fogón, y las sombras de nuestros cuerpos apoyándose sobre las paredes de la cocina mientras temblaban al libre capricho del baile del fuego.

Casi siempre acababa yo recostándome sobre el costado derecho de mi abuelo, cansado, adormecido por la calor del fuego y por su visión hipnotizadora.

Sensaciones de niñez que nunca jamás volverán pero que nunca jamás, igualmente, desaparecerán de mi memoria.

Feliz Fin de semana.

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